De creador a voyeur

Cuando era niño no existía art attack. No teníamos DeviantArt, y no conocíamos el photoshop. Si querías exhibir un dibujo, lo colocabas sobre algún retrato de la sala, lo fijabas a la nevera con un imán en forma de fruta, o si te levantabas con la vena más avantgarde, dibujabas directamente sobre la pared y te preparabas para el happening, o para esconderte por un buen rato.

La televisión era otra cosa. Ahora me doy cuenta que existía un extraño interés por vendernos, a los pequeños televidentes, el paquete científico. Muchos programas (series, comiquitas, películas…) tenían un laboratorio, un tipo de bata blanca, cabellera desordenada y experimentos disparatados. Ahora, en la tele, todos tienen guitarras y "bandas de rock". Los hijos bastardos de Cobain.

El fin es claro: publicitar los videojuegos de guitarritas. Obviamente, les funciona. Los padres de ahora que crecieron con Slash, vivieron (a través de la Mtv, en rechonchos televisores veinte pulgadas) el rollo del grunge y el glam; rockeros frustrados, absorbidos por las responsabilidades de la vida adulta, complacen a su reprimido rockero interior, comprándole a sus hijos el videojuego, para que, embelesados frente al plasma simulen tocar  canciones de cuando sus padres eran novios. Dos por uno. Un negocio redondo.

En el mejor de los casos, los padres van e inscriben a ls pequeñines en clases de música, pero la mayoría acaba desertando a la semana.

Antes, con el Doctor Emmett Brown, vendían kits de científico, y con Mi bella genio el de astronauta. Siempre les ha funcionado. Yo caí. Pasaba horas jugando a inventar. Quería hacer volar los botes de basura, como si fueran un transbordador espacial. A parte de ver estrellas no me interesaba mucho la carrera espacial, pero creía que todos los astronautas tenían una linda rubia que además, concedía deseos.

En varias oportunidades casi incendio el jardín por tratar, que un montón de chatarra (que de paso, también "era" el Mach-5) hiciera ignición. Por fortuna, (o porque nunca combiné las proporciones correctas de combustible) las llamas no desarrollaron la fuerza necesaria como para desafiar la gravedad, y hacerme orbitar sobre la casa por unos segundos, pero si la suficiente para incendiar la grama y las flores. Houston tenemos problemas.

Otra vez, por fortuna, (o porque nunca combiné las proporciones correctas de combustible) el desastre no paso a mayores, sino, mi aventura lúdica-pirotecnia habría terminado como la carrera de Gagarin, la de Exupery  o en la emergencia del hospital con quemaduras de múltiples grados y sin leyenda, sin pasar a la historia, sin trascender en el tiempo. Hablando de tiempo, la máquina del tiempo nunca fue un proyecto porque, uno no tenía un De Lorean y dos, Emmett Brown no tenía una genio como Jeannie.

De niño se inventa por el simple placer de inventar. No se espera mucho a cambio. Un par de horas de entretenimiento, una palmada en el hombro... El reconocimiento de los amigos exclamando boquiabiertos frente a la creación ¿cómo lo hiciste?   Era un incentivo extra.

Ya de grande, cuando se adquiere madurez y responsabilidades, se deja de inventar para comenzar a apreciar las invenciones de otros. Devenimos en Art appreciators, voyeurs, clientes… lo que sea. El "comó lo hiciste"  es remplazado por el "dónde lo compraste".  

Cuando se es adulto no se inventa, se consume, y sí, se toma conciencia de la importancia que tienen los inventos (y lo lucrativos que resultaron). La imprenta, el refrigerador, el control remoto, la repetición en las trasmisiones de los partidos de fútbol, la opción de conectarse estando "desconectado" en el Messenger ¡que Dios bendiga al genio!.

En el pasado inventaba. Ahora no, gracias ya está todo hecho.