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Desnucar al Cupe

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Kaesaru's avatar
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Tenía algún tiempo dándole vueltas al asunto. Calculando las posibilidades y los riesgos. Varias mañanas, muchas mañanas de domingo, dedicadas integras a sacudirme la resaca y a planear el atentado. Siempre con una taza de café humeante y el infernal zumbido del tinnitus como acompañante.

Al principio fue por buscarme algo complicado y divertido en que pensar. Algo que me entretuviera en esos ratos en los que el dolor de oídos era lo suficiente hijo de puta como para impedirme escuchar música, silbar, beber cosas frías, encender la tele. Y ni pensar en tocar la batería.

Para matar a Cupido. No tenía motivos.

Y, por el tiempo que me tomó hallarlo hasta llegue a dudar de la existencia de una deidad tan molesta, chiquita y amanerada.  Pero era el único objetivo factible. El resto: Morfeo, las Parcas, las Musas… una cuadrilla de idealizaciones peligrosas. Una pandilla de sádicos con cuchillos míticos y hasta metralletas.

No sé. Debió enterarse de mis planes. Ver los datos que había recogido. O peor aún, pillarme mientras lo espiaba. En el mejor de los casos alguien debió prevenirlo. Porque enseguida le perdí el rastro. Puse música lenta día y noche con un volumen lo suficientemente alto como para molestar a los vecinos y quedarme sordo. No apareció.

Entonces, cuando había considerado seriamente la posibilidad de comprar unos libros, llenar crucigramas y dejar el terrorismo mitológico de lado.

¡Puf!

Apareció el gusano. En la farmacia. En vuelo rasante, con lentes oscuros, chaqueta de aviador, descargando ráfagas y ráfagas de flechitas con puntas explosivas. Fue muy tarde cuando lo vi venir. Estaba ocupado ayudando a una anciana bajita a alcanzar el pan integral y los mini cazabes saborizados de los anaqueles más altos, no pude hacer nada. Salvo cubrirme la cara con la canasta de plástico. Fue inútil. Flechas especiales de punta explosiva, alto calibre; como para hacer que un rinoceronte se enamore.

Después de la balacera. Recuerdo que pase por la registradora con una revista de motocross y una caja de bombones (cuando yo, había ido a la farmacia a comprar algún libro, aunque fuera malo y algo para el dolor de oídos) y salí del local en un estado que imagino parecido a un viaje de peyote, con el número telefónico de Laura y un beso estampado en la mejilla.

No conocía a Laura de ninguna otra parte. La vi en medio del humo de las explosiones, en el pasillo de los productos sin azúcar ―y resultó ser tan dulce―, menudita, arrastrando los pasos, caminando distraída con su canastita repleta de somníferos.

          
Ahí comenzó todo.

Un bonito romance de varios meses.

Meses en los cuales me olvide del tinnitus, la batería, el alcohol y de matar al mal nacido arquerito ese que, suponía, había aprovechado mi embeleso para tomarse unas vacaciones o disparar a mansalva a cuanto transeúnte pillara desprevenido sin sentirse amenazado.

Tal vez, hizo las dos cosas. Se fue de vacaciones y en el camino, en el hotel y en los recorridos, repartió flechas en exceso. Pero, el muy cabron no se olvido de mí.  Ni de mis planes de aplastarlo como a una cucaracha. Mientras tomaba el sol, o comía dulces abrillantados mirando el paramo, con la ballesta automática de mira telescópica al hombro, preparaba algo. Algo grande.
  

  Que se manifestó la infame mañana en la que Laura se enamoró, repentina y descaradamente del tipo de la caramelería.
  

¡Ni siquiera es el dueño! Le gritaba.

De nada sirvió recordarle su propensión genética a desarrollar diabetes y escarmientos similares.

El mal estaba hecho.

Volví a tomar cervezas hasta el amanecer en la azotea.
  

Volví a tocar batería como poseso. Los vecinos se enojaron.  Me salieron callos.

Volvió el tinnitus y con él, la necesidad de paliarlo a fuerza de concentración y silencio.
  

Desempolve el viejo objetivo: Matar a Cupido.

Encare la situación como un tipo de este siglo. Le hice frente a un mal milenario con herramientas nuevas.

Creé un grupo en facefook: Queremos desnucar al Cupe, le puse. En menos de dos días, el grupito tenía suficientes seguidores como para armar una linda pandilla de linchamiento. Con todo lo que una pandilla de linchamiento necesita tener si quiere pasar por seria: Dos vascos, tres salvadoreños y un filipino que, se mostraron dispuestos a cooperar. Además de mil y tantos miembros que se habían añadido sin dar mayores señas que la de estar, por algún motivo, enfadados con Cupido.
  

Se abrió un foro. Se desarrollaron decenas de teorías y de hipótesis. Se pusieron a prueba distintas trampas. Diferentes señuelos. Armas que iban desde trampas para ratones con chocolates envenenados hasta reproductores mp3s repletos de canciones de Luis Miguel y explosivo plástico.

Hasta allí todo bien. El problema era invocarlo. Hacer que apareciera.

Si quieren hacer que aparezca, solo hay una forma. Dijo una puertorriqueña espabilada. Solo una forma. Y antes de que alguien tecleara un ¿cuál? Agregó: con una cita. Y no es tan fácil.

Tardamos cuatro semanas en prepararlo todo.
  

El lugar, la casa de un quinceañero que por la foto del perfil reconocí de mi vecindario. Cabeza rapada, hijo de padres divorciados; lo había visto varias veces pasear por el parque de la mano de una morena con rastas, tal vez un par de años mayor que él. Al parecer la morena ya no estaba.

En mi casa casi nunca hay nadie, pueden usarla si quieren. Dijo el pelón.

La casa era enorme.

La elegimos porque tenía una sala que parecía el set que usan en las películas para grabar la escena de la cena cursi y porque quedaba a escasas cuadras de la mía.  Sí, yo iba a ser el voluntario. El otro voluntario, la chica, tuvo que hacer un viaje como de media hora en taxi. Había sido elegida de una lista como de treinta la razón, porque éramos partidarios de la teoría de los polos opuestos. Y esta chica en particular, era en lo absoluto mi opuesto.

Era como otro yo.

Al punto que la noche D ―como la bautizamos― llegamos al lugar de la cita con una franela de los ramones, sin haberlo planeado.

El lugar estaba lleno de trampas. La mesa servida. Había estado allí temprano haciendo los últimos ajustes. Cada rincón de la casa parecía sacado de una revista de decoración de interiores. Detrás de cada detalle había un esfuerzo tremendo. Mucha gente en distintos lugares del globo esperaba ver caer a Cupido.

Las posibilidades de éxito eran mínimas. Alguien del foro dijo: Imagino que es adrenalinico. Lo era. La escasa seguridad. La incertidumbre. La posibilidad de que se presentara una patota de divinidades usando quien sabe qué clase de armas.

Estando tan cerca del peligro, comprendí porqué los soldados van a la guerra sin chalecos antibalas.

Yo llevaba un ramo de flores y ella unas velas aromáticas.

Recordé la escena esa de Armagedón. Los mercenarios con los cascos bajo el brazo  a punto de abordar la nave. Aerosmith sonando al fondo.

Sonreí.

Nos presentamos.
   
María ―dijo― nerviosa, tendiéndome una delicada mano que tomé con la precaución de no lastimarla con los callos.
La invite a pasar.

Cuando estaba a punto de abrir la puerta, susurró algo sobre el poco chiste de pelear cuando ya se ha perdido y otras verdades que no quise escuchar y que interrumpí con un beso.
...
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Nyph-Atzbel's avatar
Oye, que buen relato.
Lo empecé a leer porque ando aquí de ociosa, revisando los mensajes. Y no sabía sobre qué iba, ni qué debía esperar.
Me fascinó! Desde la trama hasta la forma de narrarlo, bastante cómica xD
Se va directito a favs :3